Comprendí que, para gozar de ti,
debía escuchar tu voz,
henchida de tu inocencia,
sin errores gramaticales,
sin acentos en las faltas,
era oírte simplemente,
con la noticia refulgente de tu acústica,
hablando desde la profundidad de tus entrañas,
desde tu sangre sencilla que atraviesa los tiempos,
desde tus manos ingenuas que acarician la vida,
desde tus pies trashumantes que recorren caminos,
desde tus ojos de niña que avizoran el destino.
Comprendí que tu voz peregrina viajaba entre nubes,
provocando la resurrección de mi alma castrada,
que tu palabra discreta desafiaba la ausencia,
convirtiéndose en canto que serena el pensamiento,
que los silencios esporádicos germinaban en versos,
demudando el cansancio hasta trocarse en aliento,
que se agita en tu seno,
y florece en tu vientre.