¡No lo puedo comprender!
—pues jamás yo me esperaba—
que tan pronto y para siempre
de mi vida te marcharas.
Tengo ganas de llorar,
tan fuertes que no se aguantan.
Es que siento que a pedazos
el alma se me desgarra.
De repente escucho ruidos,
el silencio los propaga;
irrumpen en mis lamentos
de manera inesperada.
Una pequeña silueta
a pasos lentos avanza
al cobijo de la luna
—que se filtra en la ventana—
que alevosa le ha guiado
muy cerquita de mi cama.
Enciendo la luz y veo
el “miedo” que hay en su cara,
y un par de lágrimas gordas
colgando de sus pestañas.
Con la voz, que a duras penas,
le sale de la garganta,
dice que escucha una voz,
y que hay ruidos en la estancia;
que tiene un poco de miedo
y muy fuerte se me abraza.
Yo sé que “el miedo” es pretexto;
que solamente enmascara
el dolor que le carcome
por lo mucho que te extraña.
¿Y qué le debo decir
acerca de tu fantasma?
Las noches cuando el insomnio
las horas las vuelve largas,
me parece ver tu sombra
y que vaga por la casa;
he podido hasta sentir
que caminas a mi espalda.
Esto me hace cuestionar...
—apenas asoma el alba—
¿Tu presencia es de verdad,
o tan sólo es añoranza?