La ciudad es una chiminea
erigida sobre los instintos
paganos de sus esclavos.
Profetas y mercaderes
viven de la venta de humo
mágico negro en televisión.
En ese mercado agitado
por el deseo de los compradores,
la fe en el precio del petróleo
es garantizada por el estado.
Yo, animal extraño, ahí he vivido
con los ojos fijos en el cielo,
conteniendo la respiración
por dos mil años genéticos.