Los espejos son mudos testigos
de telarañas que deja el tiempo,
evocan plumas de níveo cisne
perdidas en el olvidado silencio.
En mi corazón forjé un alcázar,
podé todas las perennes raíces
hacedoras de cruel tormento
que nace en las cicatrices.
Recolecto flores en cada jardín
busco alimento en la inocencia,
se ha desafinado el cansado violín
inmune me he vuelto a la esencia.
Colecciono caricias y besos
sin escatimar en derroche,
intensos, pero perecederos
como un vals de medianoche.
¿Quién me ha otorgado este derecho?
de provocar tanto dolor
sin percibir sí es pasión o amor
lo que aflora en mi pecho.
Antifaz, convertido en frío cristal
pesadilla que muda a realidad
de deliciosa miel derramada,
que en ingenuidad es entregada.
De este leonino juego
no hay envite a perdedor,
insignia grabada a fuego
en mi alma de depredador.