Nos juramos no decirnos nunca adiós
bajo el límpido cobijo de la luna
y del eufónico susurro cantor
del céfiro circundante del amor
convirtiendo la promesa en armadura.
Olvidando los presagios del olvido
nos dijimos lo que los amantes dicen
cuando el mar se desdobla como infinito,
cuando una llama calienta los sentidos
o cuando el sol nos alcanza y nos sonríe.
Nuestros deseos dichos en juramento
se perdieron como las cosas se pierden
porque sólo son palabras que en el viento
de la mar tienen su fin en su comienzo
o son luces que se apagan cual se encienden.
Nos amamos ¡es cierto! pero pecamos
de hacer sencillas las cosas delicadas
y es el amar el más complejo e intrincado
desafío al que debemos enfrentarnos
para alcanzar la felicidad más sana.
Se nos fue el amor entre tantas palabras.
Se nos marchitó por no saber usarlo.
Y aquel voto entregado a la luna blanca
fue una nube pasajera y olvidada
en el céfiro de amor abandonado.