Cuando frunces el ceño, mi amada,
y en tu rostro se asoma el ardor,
cada gesto, con furia adornada,
es un baile de puro fervor.
Tus miradas, relámpago inquieto,
son destellos de un mágico afán,
y tus labios, en dulce decreto,
dibujan un enojo galán.
Oh, tus gestos, pasión encendida,
cuando enfureces, me atrapan más,
y en tu ira, mi amor, en tu vida,
veo un fuego que nunca se apaga jamás.