el brujo de letziaga

En mi querida plaza.

Déjame caminar contigo..., siempre contigo recuerdo de antaño.
Por las viejas calles y la plazuela enlosada,
y detengámonos..., dentro de los vetustos soportales
donde se acunaban los amantes.

 

Con la piedra y su lágrima, con la hermosura de la memoria,
observando enfrente los muros con tendales
repletos de sábanas blancas
en centenarias casas, unas limpias y otras despintadas.

 

Mirando al kiosko de la música
donde la orquestina amenizaba melodiosamente las verbenas
de muchos veranos atrás..., tan colmados de vírgenes
con tacones altos y perfumes baratos.

 

Perdido estoy en el abrazo de aquel otro tiempo,
cuando mi sonrisa era de mozo
histérico de vida,
de gritos...

 

¡Cuánta memoria encierra este sitio!
Al recordar aquella noche que tuve lumbre
de aquellos labios de rosa en mi lengua de aguardiente
y libaba sus azúcares tan llenos de pólenes.

 

Y luego ella volaba como una mariposa de plata
entre los árboles de la plaza,
como víspera de lo que más tarde me esperaba,
y cuando la encontraba acariciaba sus alas y me amaba
al pie de la muralla entre la verde hiedra.

 

 

 

 

 

Ya me voy..., desmenuzando mis pensamientos,
en la tarde plomiza que viste la despedida desde éste pórtico,
con el humo de tabaco que estoy quemando
entre graznidos de palomas
y el reloj de la torre marcando ya la hora.