Bajo el techo del cosmos
Los hombres hojalata
Rumian como bóvidos viejos
la espesura del viento.
Olisquean las empinadas cuestas
mientras sus patas carbón y salitre
tamborilean su sendero de cucañas.
Hombres, ojalá también sucumban
a su reino de las cosas,
baratijas puestas en bandejas de plata,
flores dadivosas y caramelos en prosa.
Sus casas latón de dudas
tienen hambre de chispas apagadas.
Fachadas de coronas impuesta,
son enormes sus puertas sin entrada
y tienen sed de todo y nada,
porque nada es un principio
cuando la fe es por ellos desfigurada.
Su fe, antes, forja de espíritus enhiestos
esquiva su mirada al sol,
no tienen lumbre propia
y su lema es un ADIOS.
No le temen al sueño de la nada
Son amantes ocasionales
y practican rituales de demencias.
Los hombres hojalata
tienen cabezas de alcancías
ojalá también sucumban ellos
bajo el sino de sus pedrerías
Bajo el techo del cosmos
Los hombres hojalata, rumian como bóvidos viejos la espesura del viento.
Olisquean las empinadas cuestas, mientras sus patas de carbón y salitre tamborilean un sendero de cucañas.
Hombres, ojalá también sucumban a su reino de las cosas perdidas: sus casas de latón y dudas, hambrientas de chispas ya apagadas.
Fachadas con coronas impuestas, puertas enormes sin entrada, sedientos de todo y de la nada, porque nada es un principio cuando la fe es desfigurada.
Su fe, antes forja de espíritus enhiestos, ahora esquiva la mirada al sol; sin lumbre propia, su lema se torna en un adiós.
No temen al sueño de la nada, son amantes ocasionales de rituales y demencias.
Los hombres hojalata, con cabezas de alcancías, ojalá también sucumban bajo el sino de sus pedrerías.