En los ecos de la noche,
van envueltos mis pensamientos
girando sobre la luna, como una bruja
con su escoba de oro de Capadocia.
Hay en mi luz un resplandor de sentimiento frío,
un corazón cautivo, un suspiro que llama
a la tristeza, un amor entrelazado a los susurros
palpitantes de la vida, de ostracismo, de grano de arena.
¡Vete! demonio del desapego, necesito olvidarte,
echarte de mi sangre, veneno que la muerte traes
a mi escalera, súbitamente, como las nubes
tapan el sol de la tierra y en penumbra la dejan.
No juegues conmigo capricho de la maldad,
penumbra de mi alma cariacontecida;
¿adónde vas solitaria y sin guía?,
acaso pretendes acabar con el silente cielo
que me alberga.
¡Oh!, luz de fuego, quimera de mi ocaso;
te maldigo, eres un maremoto en mi cuerpo,
las alegres amapolas del jardín lloran mi hastío,
enigma infinito de la creación eres, cloaca
de los sentimientos, un dolor derramando tormentos.
Soledad, vete, quiero luz y alegría serena,
caudal de pétalos en mi cama, noches de Perseidas
en mi corazón sediento de complacencia, en este
sumirme en la locura, a la que me estás sometiendo.