Salí a buscar caminos que no tuvieran dueño
para hallar un lugar que nadie habitara, y conocí
algunos hombres y la engañosa memoria
de sus rostros sin tiempo, su edad arrancada
de pronto, su heredada orfandad, tantas veces
negada, con que nacieron al mundo, borrando
cada huella dejada a su paso, haciendo
de esta ausencia eco de una verdad homicida.
Sé que viven en mí varios de estos hombres,
sin rostro y sin nombre, sinónimos y antónimos,
escucho sus voces masticando la noche
que atraviesa un océano de invertebrados sueños.
Entraña que es reliquia de un pasado reciente
que nos previene del asombro.
Hombres, como yo, engendrados por un dios
de las pequeñas cosas, ebrio de olvido y mudo
de impaciencia, inclinado a odiarse a si mismo.
Ahora ya es tiempo de desandar caminos
que crecían en mí como mareas de pájaros
u olivos, o alacranes de asustada mirada bajo
las piedras como un sol a la sombra de un íntimo temor.
Es tiempo de escapar de esta ilusión de terra incognita.