En el epicentro de un vacío
se enmudece el paso del tiempo
y se desvanecen los clamores
en latidos sofocados por cavilaciones.
Los relojes languidecen,
manos invidentes tropiezan,
vagando por senderos taciturnos,
buscando la quintaesencia lírica.
Se engendran emociones lacerantes,
los ojos pierden todo tacto de luz
extraviando el norte en el desasosiego,
con la razón huyendo desorientada.
El respirar exánime libera su espíritu,
etérea fuga por un valle sin estrellas,
es sensación corpórea que trasciende
todos los confines de la cordura.
Los sabores de la memoria se enmarañan
en la penumbra de un extenuado suspiro
entre las sordas caricias del viento
que fluyen en la penumbra en que me ahogo.