Establece su tiempo el agotado cóndor que vuela sobre la sierra, allá a lo lejos lo espera su desdicha, el seguramente huye de su impecable desdén que trae desde la monarquía del valle.
Lautaro propaga el fuego entre vallunas colinas intrépidas y salientes como polvo submarino, y el cimiento de dos aves planetarias y silvestres que van huyendo sobre la colina ya llena de tormentas y relámpagos duros entre las hojas rojas.
San rojas, cabalga con tu caballo de viceras nocturnas, el son de su galope furioso sobre el antaño y sucio piso del angosto camino decembrino, y su quimera sin salida, dos cabezas sin fuego entre los dientes.
Vuela, ve, se libre y propaga tu canto inútil que nadie escucha, son sordos tus cantos, nadie llama a tu puerta sin que nadie pregunte por tu dolido plumaje azul, o tal vez negro de luto.
Entre un sol de guitarras, huye y estremece el río en las tinieblas, y llena de besos el otoño, antes que llegue el almidón a cubrir de sed y sal tu cabellera de caballero.