A la amante olvidada
Ayer que abría el diario, pues recordé tu nombre,
después de siete meses y aquel punto final.
Las páginas conservan la dicha de un buen hombre
y toda la agonía que es obra terrenal.
Cristal debilitado, cristal sin panorama
así, la gran consigna con versos te grabó...
¡qué lástima que ahora la aurora te proclama,
qué lástima mi niña, ya todo se acabó!
La historia de nosotros fue toda una novela;
aquella lontananza después que te besé...
y luego, poco a poco dejaste una secuela
creyendo locamente que nunca hubo un porqué...
Mas, hoy puedo decirte la hiel de los excesos,
lo vil y delicado, lo ruin que es el dolor.
Tus lágrimas dijeron ¡qué importa si los besos
se adueñan y destruyen la cara del amor!
Ya ves que el tiempo mismo se encarga de las penas
sirviendo de jurado los dardos del vaivén;
ya ves, morena linda, desata mis cadenas
que sufro sin medida, llorando otro desdén.
No puedo ya quererte, ya todo es muy distante,
no vengas a rogarme que vuelva una vez más:
auque me lo supliques, te digo ¡adiós amante,
adiós y para siempre, de tonto, yo jamás!
Samuel Dixon