A cada siete días,
por unas pocas horas,
tengo la dicha
de tus labios habitando los besos;
tus ojos, la mirada;
tus manos, las caricias;
y tu voz, las palabras.
La verdad es que ya me acostumbré
a esos siete días
en que estos moradores andan ausentes
¿o me resigné?
Mejor no pensar en la diferencia
porque «el amor no debe tener prisa» dicen…
Y sin embargo este imperativo romántico ofende
en el intersticio atroz
en que soy un hombre lleno de casas deshabitadas.