FERNANDO CARDONA

DE CÓMO LA PAZ FENECE

  DE CÓMO LA PAZ FENECE

( MITO )

 

A Ella nadie la veía, pero alli estaba desde siempre,

A Ella nadie la escuchaba, pero alli estaba desde siempre,

A Ella nadie la olía, pero alli estaba desde siempre,

A Ella nadie la degustaba, pero alli estaba desde siempre,

A Ella nadie la palpaba, pero alli estaba desde siempre.

 

Ella no tenía color, ni voz ni sonido, ni olor, ni sabor, ni textura.

 

En todas partes estaba aunque parecía no existir porque su modo de ser no era perturbado por nada ni por nadie.

 

En ocasiones ocurrían fenómenos cuya naturaleza podría hacer pensar que Ella sería turbada, pero no, se trataba de los normales comportamientos de los elementos y cuando estos se manifestaban solo lo hacían para darle orden a lo aun por ordenar y para beneficio de natura toda en su conjunto, y por ello, Ella permanecía impertérrita e inalterable. Así, si la tierra trepidaba y a veces tanto que hasta cambiaba su aspecto en enormes extensiones, para Ella eso era tan normal y tan necesario como el despertar de los animales tras sus largos sueños invernales, y no la perturbaba.

Si unos animales agredían a otros, y llegaban incluso a devorarlos, para Ella eso era tan lógico como el discurrir de las aguas de los ríos hacia el mar que las esperaba, para incorporarlos a su esencia.

 

La tierra entera y todo lo existente  se movía, se acomodaba, y se reacomodaba, pero como nada transgredía las leyes naturales, sino que más bien cada fenómeno a éllas obedecía, Ella nunca se menoscababa ni se alteraba porque ante los normales aconteceres de la madre natura, nadie debía preocuparse si se les miraba con respeto y desde prudentes distancias.

 

Pero un día apareció sobre la tierra y bajo las nubes un espécimen raro, nunca antes visto, y en la media en que se fue haciendo erecto y pudo mirar más lejos y usar sus patas delanteras ya  no para la marcha, sino para asir y arrojar cosas de toda índole, también apareció en su ánimo una cierta perversa inclinación a desear para si las cosas que otros de sus congéneres habían logrado obtener en sus andanzas y faenas.

 

Entonces, al ver como aquellos seres bípedos en cuyas manos cada día aparecían nuevos y diferentes objetos, unos para labrar la tierra, algunos para producir armoniosos sonidos y coloridas figuras y otros para cazar los animales necesarios para su alimento y, eh aquí lo malo, feo y grave de tales instrumentos, para agredirse ente si, hasta matarse inclusive, cuando de dirimir algunas diferencias se trataba, Ella  empezó a sentir en su entraña algo así como un fuego que quema pero no consume y en su cuerpo, hasta entonces invisible, se abrieron grandes heridas que siempre sangran y jamás cicatrizan, porque los hombres, poseídos por la envidia y el egoísmo, cada vez que hieren y asesinan a un semejante, infieren una nueva herida en Ella, la Paz.    

 

fernandocardonakaro