Tu rostro sobre mí otra vez, tus manos
otra vez,
arrastrándome, con todos mis muros,
con todos mis árboles quemados
y tus ojos cada vez más adentro
como un par de piedras sobre los cristales
de mi corazón.
¿Qué puedo decir? Siempre termino lamiendo
su cuerpo y su vientre en llamas.
Siempre termino rompiendo ese frasco
entre sus pies desnudos
y buscando la manera de durar
doscientas veces más,
como una bestia, la que uno lleva encima.
¡Bendita seas, muchacha de abril,
de finísimos labios, hacia donde van los aires
de mi boca!
Benditas las noches cuando tus piernas
se abren como nocturnas rosas
aromando todo, hasta el amanecer.