Propincuo susurro,
en tus labios de piélago.
Marulla mi oído con la borrasca de tus besos.
Calor y luz por el haz de tus manos,
frío y viento por el envés de tus piernas.
Sacude el Olmo de mi garganta rojiza.
Piel fina,
carne blanca.
Desnuda tus latidos,
como los árboles en otoño,
provocando una hojarasca de gemidos esparcidos en mi pecho.
Desvela el acto empañado por el vapor que nace en nuestros labios.
Hambriento,
el aroma exótico de tu cuello.
Mi aliento resbalando por tu espalda como un río continuo y caudaloso,
desembocando en tu lago,
o incluso tu mar.
El retablo nadando en sacudidas,
la vitrina fumando suspiros.
Drena mi íntima y profunda calma,
devora el sosiego que la noche vela.
Has salir de mí la bestia que se impregne a la orilla de tus oscuros deseos,
y has brotar las rosas,
en este jardín violento.
Después de todo, la noche, cual rocío, moja el pensamiento,
acurrucándose en la quimera que t
ú y yo estamos a punto de obrar.