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Amiga

Tu cometa viajaba cerca de mi órbita.
Se acercaba y se iba con fuego lento y ciego,
mientras la esfinge del bosque convulsionaba
por saberse olvidada en este mudo infierno.

¡Oh, Soledad! Amante y amiga, ¿no me oyes?
Siento tu calor desvanecerse lentamente,
y este planeta ignoto muere en largas noches.
Esta tierra infértil y ciega ya no te espera.

Nos separa un abismo profundo,
ese que ahoga tu alma cuando espera
una alegría, una flecha que nunca llega.
Entonces estás aislado, sin poder hacer nada.

Puede que ahora sea invisible para ti.
Estabas inmersa en tu propia soledad,
luchando con tus propias ataduras y
mi egoísmo distante no te pudo salvar.

Quizá todo haya sido una ilusión,
en cuyo caso mis palabras no importan.
No importa lo que pienso, pues
soy solo un monte desdibujado,
dentro de su propia nube de misterio.

Todo parece tan absurdo y ridículo
pero, como dijo Borges,
“un momento cualquiera es más
profundo y diverso que el mar”.

Y en este pequeño momento
mi día se despide vacío, ahogado
en el oscuro abismo de silencio que
me separa de tus ojos tristes y lozanos.

Me engaño a mí mismo diciendo que
nada importa, esperando al verdugo
que me libere de las noches y los días,
de mi memoria y de tus besos.

Pero debo confesarte algo. Estoy enamorado
de mi propia oscuridad, de mis cadenas.
Me aferro a ellas buscando refugio. Lo sé,
tranquila, no espero que entiendas.

Debes saber que no te odio, pero te extraño;
saber que tienes el poder para romper la distancia,
de hallar la cura para mis dias desiertos
con una caricia, un saludo, una mirada.

Te fuiste y ya no volverás.
Yo, en cambio, he vuelto a mi abismo y
estoy solo, por fin solo,
abandonado en mi humanidad.

Pero encuentro paz en la oscuridad que me espera.
Me entrego a ti, mi terrible y amada soledad,
mi amante fiel, mi eterna compañera.