Sana, culito de rana, sana.
Mis despechos azorados.
Altiva en las mentiras más piadosas,
en el silencio pútrido de mis ciénagas
que te doy sin saber medir
el peso del ancla que se viene
hacia mi estómago revirado
de esperanzas contradichas.
Sana, culito de rana, sana.
Este corazón adelantado
como un corcel al galope
que se lanza por acantilados
sin jinete ni estribos
cuando tu voz parece cantar
cantes de mina
al fondo del mar.
Sana, culito de rana, sana.
Y cúrame la desazón de estar
tan muerto en vida
por no llevarte de mi lado.
Cúbreme con tu cielo de estrellas
y abre esos luceros para mí.
Yo también quiero tener los zapatos
empapados de tus lágrimas benditas.
Constiparme del cariño de tu piel contra mi piel, que nos sequen los dragones
que sabemos pasear cuando nos acariciamos las manos.