Embestiste, embriagada y panteriza... después de hallarme en tu imperio de nocturnidad, como gárgola en celo, me tomaste por instrumento de la expiación de los avatares de las angustias y los recelos, bajo tus ojos nebulosos y cerreros.
Y cuál sudario que flamígero desgarra, exhibiste todo el ébano de tu exquisita humanidad.
- Ven a sentarte sobre mi boca, cual tu trono.
- Ven a arañar la cárcel inhabitable que soy.
Pensé irasciblemente, en tanto, una lluvia de jaspe filoso y bermejo, tallado por la lujuria, fueron tus besos y su atarazar.
Y, mientras escupía tu boca y disfrutabas del ahorcamiento, me alimentaba de tu exhalación.
Estando imperantemente atenazados; bendije al espectro de los placeres efímeros, a ésta deidad narcótica y sadica, de mágico flagelo y bella subyugación... a ti, mujer pantera.
Gracias.