Vanessa Mónico

Guadalajara

Me dio nostalgia el golpeteo de la brisa incapaz de aterrizar en las áridas tierras en las que habito, nostalgia por el tiempo… por mi, por Guadalajara.

Me llegó un fugaz recuerdo… Lazaro Cardenas y 8 de Julio, el aguacero era tan brutal que el golpeteo de las gotas parecian balazos, pensaba si el granizo en algun momento perforaría mi craneo, las calles estaban inundadas, todos ibamos en intermitenes con el corazón en la mano, tratando de mantener la calma, decidí salirme de la vía rápida por miedo a que mi Chevy me abandora y entorpecer el tráfico;  una de las peores deciciones que tomé; la calle aledaña era un caudal, en un momento sentí como levantó la corriete mi fe, mi vida, y los ligeros 1000 kilos de mi auto, aceleré en un desesperado intento por sobrevivir, afortunadamente pude tocar el pavimimento con una llanta, el impulso me condujo a una banqueta, en la cual me subí, las raices de un viejo sauce hicieron su parte, junto con mis oraciones de católica retirada que al perecer me sé.

“Guadalajara, Guadalajara hueles a pura tierra mojada”.

Estaba ahí en intermitentes, varada, esperando que pasaran las horas y poder regresar a casa. Robert Smith diría “I tried to laugh about it, Hiding the tears in my eyes”. 

De corazón, deseo volver a mi ciudad; deseo caminar al cineforo y ver las sorpresas visuales que me ofrecerá, cruzar al MUSA… ver la fotografía de una generación que deberá prevalecer, aunque se levanten edificios nuevos y mi ciudad apague sus casas de otra época. Que la lluvia de Guadalajara provoque esa tierra que añoro, esa canción sensorial salida de tus manos. Prolongación de piel morena, besos dulces y mojados. Un romero en la jardinera de rectoría, la fila para descender al sótano cinematográfico. Guadalajara como testigo;  Vi de reojo esa urbe, personas bonitas que parecían no tener la culpa de nada, coches generando tráfico, unas metaleras impresionantemente sexys, su lipstick oscuro, sus pantalones entallandos, sus tatuajes que se perdían en un laberinto de piel por descubrir. Reconocí al homeless de siempre, a la homeless con alcohol de 97 grados; una familia típicamente tapatía abarcaba toda la banqueta, comían helados, su chispa tradicional repelía a un grupo de punks.  Más allá en el expiatorio (media cuadra de distancia) no dejaban de preparar comida (antojos en el sentido coloquial de la palabra) las señoras que te solucionan la vida desde el vapor de su cazuela, olla, parrilla… Recordé el paisaje de Guadalajara desde el punto de vista de un estacionamiento, desde sus últimos pisos. Los edificios que demolió el tiempo, porque mi pueblo estaba dormido. Aquella tormenta creaba cortinas maravillosas de agua, añoranza que se estrellaban con furia en el ventanal del tiempo. Pero puedodistinguir aún las avenidas en miniatura, sus nombres, cien edificaciones impresionistas, la catedral, una cúpula, un pajarito desorientado en el balcón, porque no podía volar.