Extasiado en las olas de tu vientre
donde nada acaba,
donde nada persiste
¡ay mi musa!, dormida en el relente de la urna
donde el amor naufragando, muere.
Veo reflejos en tu tez
donde el mundo se detiene,
agrestes lugares
donde hombres y mujeres se balancean.
Corriente irresistible,
fuego que incendia mi ser de cometa
donde la lujuria se ceba con heridas
que no sanan, monstruosidades esparciendo
lluvias y escarchas.
Cuando los nocturnos rayos nos atrapen
sobre el polvo cósmico de tu cabello
y amanezca un nuevo día
sobre la bóveda azul pálida,
nuestra pasión de aguaceros
que golpean los cristales se habrá extinguido,
en una selva de estrellas y luceros.
Embaucados en vientos de arena,
nuestros cuerpos abrazan los días grises,
sin importar si son muchos o pocos.
Las heridas en su alto esplendor
prohibirán brotar los incipientes tallos,
brotando en tus senos turgentes,
en tu alma de sollozos apagados.
Entonces, más allá
de donde duermen los sueños,
donde se confiesa la soledad,
en un agujero tan inmenso como el tiempo,
enterraremos esta pasión en un baúl
donde las estrellas y los luceros,
descansan en su sueño eterno.