Alberto Escobar

Reconozco

 

 

 

 

Reconozco la ausencia, 
una ausencia de no sé dónde, 
de no sé cuando se produjo si se produjo,
entre col y col lechuga, dicen, y en esas
me ando, tergiverso los lemas, el dogma
no acaba de interesarme, transito desde el inicio
hasta el final sin saber cuáles y cuántas son 
las paradas que hay entre tanto, no levanto la cabeza
al andar porque me ensimismo en mí mismo, me sumo,
me introduzco como elemento en un conjunto vacío
dentro del vacío que de por sí tiene estos pensamientos,
me dan vueltas alrededor de una mi mente sin rumbo,
que no es sol y que no recibe el movimiento de traslación
que sus planetas, entre ellos yo, le deben rendir.
Debo levantarme, la cama es ancha todavía, y es
tentadora, pero la cortisona está en todo lo alto
al igual que mi espada, que pide batalla y sangre. 
La mañana se presta, es jueves, y pronta se cierne
una vacancia que viene bien para poner las piezas
sueltas en su sitio, que el puzzle al que pertenecen
resulte concorde a la vista, y que engranen de manera
que el funcionamiento maquinal diario no suponga
fricción que merezca la perezosa visita a un médico. 
Reconozco la ausencia, sí, no la niego, y acabo de leer
que la palabra amor, según la cábala, significa lo mismo
que vacío, y que es en ese vacío semántico donde
puede tener cabida el verdadero, sin leche ni azúcar,
como el café que los buenos cafeteros beben, sin más
aderezo que el erizo que el bello sobre la piel describe. 
Sobre esto pienso, y sigo dando vueltas a la idea,
a este rosario de imágenes que esa idea convoca,
y me afano en detener este carrusel mareante, sin caballos.