Editorial Grupo Cero

QUERIDO: SÉ QUE LOS TIEMPOS SON OTROS, de Miguel Óscar Menassa

27 de mayo de 1978, Madrid.



Querido:

Sé que los tiempos son otros,

y si los tiempos son otros,

las ideas son otras.

Otros tiempos,

otros mundos más allá del terrestre,

y en el propio tiempo de la razón,

el inconsciente.

Lo que quiere decir,

diferentes tiempos,

diferentes mundos.

Vidas diferentes.

Y si bien las diferencias,

decíamos,

en el espacio humano donde se genera el goce.

Quiero decir que las diferencias,

es el espacio humano,

donde también,

se generan las guerras.

¿Hasta cuándo ser igual a otro semejante, será un error?

¿Y los enemigos?

Una detención,

un escalofrío,

donde el peligro,

lo más temido es,

terminar siendo uno de ellos.

Una pequeña desviación en la mirada para no morir,

significa, exactamente,

aquello de lo cual, creo apartarme.

El hombre,

por ahora, padece.

De tanto en tanto y como cumpliendo un rito inexorable,

le acontece la muerte.

En estos tiempos, no hay ilusión que sirva para nada.

Y cuando pasa de todo.

Y cuando nada sirve,

la escritura estalla,

y la escritura,

estalló en nosotros,

y fuimos,

alocadamente inmortales,

porque mortal,

es sólo aquel,

que puede separarse de la madre.

Y quiero pensar, porque así la historia me lo permite,

que además,

de mi enorme pija marinera,

y la fuerte personalidad que ustedes me atribuían,

creo que lo que les hinchaba las pelotas,

ya en ese momento,

era mi escritura.

Y así,

con la incertidumbre de no saber si lo que habíamos hecho,

era malo o bueno para nosotros,

terminó ese día.

Después, como decía,

vino la muerte.

Y entonces nuestra ilusión,

ya no fue la mejor.

Una mujer ya no alcanzaba para nada.

Por lo menos dos.

Una sola mujer es,

en todos los casos, la madre.

Y pasó de todo,

y cuando pasa de todo y nada sirve,

la escritura estalla,

y la escritura,

estalló en nosotros.

Y la interpretación,

quedó rota en la arena.

En la arena quedaron, confundidas con ella para siempre,

miles de ilusiones,

Para mí fue ese mar,

la derrota definitiva de una manera de pensar .

Y en verdad y otra vez sin darnos cuenta,

en ese mar, sobre esa arena,

todos separados.

Éramos hombres,

así lo decíamos,

y había entonces comenzado la verdadera demostración.

Cada uno,

su gloria.

Estábamos en ese momento,

comprometidos hasta los huevos,

en situaciones diferentes.

Cada uno a la búsqueda de su propio padre.

Su propio discurso.

Y todo fue final, aquel verano,

también sobre aquella arena,

murió la madre feroz.

Ni una,

ni dos,

ni mil mujeres, nos harían escritores.

Ni una,

ni dos,

ni mil mujeres,

nos harían inmortales.

Ni una,

ni dos,

ni mil mujeres,

nos harían psicoanalistas.

Ni una,

ni dos,

ni mil mujeres,

nos harían hombres.

Y para demostrar que ya en ese mar,

estábamos todos separados,

también vos y yo,

en la misma cálida arena,

en el mismo escenario natural,

mientras yo presenciaba el desmoronamiento casi increíble del gran amor,

vos ,

aquel verano

decretaste el tiempo del amor

y como tus damas seguían sin creer,

le agregaste al tiempo del amor,

el tiempo de la fe.

Y yo para no ser menos

- mirándote a los ojos,

y por primera vez,

sin decirte palabra -

el fin del amor.

Y esta vez, yo también, tenía mi propio plan:

un plan urdido en la soledad,

una soledad tremenda de mujeres y hombres,

un plan casi animal.

Solo,

rodeado de árboles y malezas,

un bosque de álamos en pleno mar,

sobre la arena, algo de no creer,

y tuve,

quiero confesarlo,

por primera vez en mi vida,

un deseo,

disarmónico con todo lo que me rodea y era,

de imponerme,

y de imponerle a la humanidad entera

- también a mis amigos -

una nueva manera de vivir.

Y si a mí me pasa, le puede pasar a todo el mundo.

Y ese fue mi primer pensamiento.

El resto,

arenas y tibio sol,

y hombres casi muertos sobre la arena

y mujeres conversando a falta de otra cosa,

sobre los ramilletes frescos del mar sobre la arena,

el resto digno,

argucias de la razón para sobrevivir.

Y quiero decir, casi entre paréntesis,

que desde aquel verano, a esta primavera que me conmueve,

en este fin de mayo,

desesperado y extranjero,

pasaron 20.000 siglos.

Y todo, fue en mi cuerpo,

y todo fue, canción en mi carne,

y todo fue,

música sonora en cada uno de mis músculos.

Y fui amante de la soledad,

y fui también,

amante de la grupalidad.

Y amé con una pasión desesperada a la mujer,

y con una pasión desesperada,

amé al hombre.

Y así en general,

al hombre, a la mujer.

Y amé los soles,

y también en el mismo momento,

las cumbres nevadas.

Y amaba amar,

y hacer el amor más allá de mi posibilidad,

de tenerme en pie,

o de respirar, o hasta ni siquiera poder abrir los ojos.

Y amaba trabajar,

y amaba también,

algunas tardes,

coagular en mi mirada la vida de algún otro.

Y fue,

así pasó,

estalló,

- de tanto amar y trabajar -

mi razón en mil pedazos,

quedé,

sin vida interior.

Amplio y humano.

Abierto a la sinrazón de los otros humanos,

sin ninguna lógica para vivir,

y sin embargo dicen,

que esto  que me pasa,

no es la locura.

Aquí me tenéis,

sano,

como se dice,

y salvo,

Después de la travesía,

os lo aseguro,

el hombre puede más.

Y no siento haber tomado todavía,

ninguna decisión.

 

 

(Del libro Grupo Cero, Ese Imposible y Psicoanálisis del Líder, Ed. Grupo Cero )