Aquí,
donde el placer justifica
el dolor de existir,
la vida cobra
su máxima expresión.
Indiferente al lamento
del deseo defectuoso,
la vida pasa
por mis ojos distraídos
y me mira
como a cualquier otro animal
que perdió el paso
en la evolución de su poder.
Sin razón ni libertad seguras
en mis manos trepadoras,
me he convertido en la expresión
del esfuerzo del fiel mono absurdo.