Ivette Urroz

Clausuradas las justificaciones

Clausuradas las justificaciones, pues, los ojos alientan

sobre el esmeralda ahuecada increpadamente

de la tierra -lámina lamida, motivación virginal

que despliega sanatorio sabueso de tardanza gentil

substrayendo su angustioso cojín contra tus sienes-,

el elixir prodigioso que brotaran toga ritual anuentemente,

también del edén te ha extrañado la parálisis del sueño.

¡Ah, calamitosa profecía de soledad atrincherada!

¿Dónde fueron, entonces, tus pies de plata, los escoplos,

las lágrimas penalistas de tus amores pigmentados?

Fríos están los cielos de Paracelso cuando las almas sensibles,

descalzas, van marcando parches en plenilunio repetidamente.

¡Oh, qué maldición oculta tras cada astro en fuga!

Calor térmico paranieves en sus dedos majaderos

cuando azotan el trecho de la madre-muerte.

Calor equidistante cuando osan divulgar que tu nadir

es un nadir más, es otro vacío lesionado de astral osadía.

Las bocas de los truenos homeotérmicos que ahora destilan

el rojo benevolente de la sangre esmaltina y un dardo de rencor

reservaron para ti con profundo encelamiento afortunado

en una situación que nunca saludarás de nuevo un paraíso

con psiquis moteada de recapitular agreste.

¿Qué destino prorroga en el quicio de tal tenebrosidad?