Fue difícil.
No tuve el valor de decir
lo que debí decir, basta,
y tuve que arrastrar tras
de mí toda una culpa,
una losa de cemento armado
que aún todavía pesa.
La decisión no fue adecuada,
las migraciones son complicadas,
el papeleo, los visados infinitos,
las objeciones disparatadas, el trabajo
que no viene digno, la cultura extraña,
y a todo esto, tú, clamándome la vuelta,
haciendo estallar el wasap con sollozos
interminables y emojis entristecedores,
y yo, reclamando una estancia, un futuro
que se antoja quimera, un empeñarme
en construir un nido para tanto polluelo,
y el esfuerzo vano, y cuanto más estéril
el resultado mayor mi afán, dar la vida
si es preciso por sacarlos de ese terregal
en el que se ahogan, y tú, con tus mensajes
perentorios, con tu pregunta constante
en busca de un sí al avance, al progreso
en mis gestiones, me haces más empinada
la cuesta, y la piedra que debo empujar
hacia arriba un mundo, cada vez pesa
más cual si fuera una pelota de nieve
que se engrosa irremisible, perentoria.
Fue difícil, y digo fue por que el presente
es indicativo: el nido bien establecido, sí,
el trabajo digno, sí, y tus mensajes, ya,
tus mensajes, ahora sí, sin emojis de tristeza
y dolor y desesperación, ya son corazones,
sonrisas, y stickers que me hacen reír,
por fin, y no como antes —tan triste—.
El lodazal en el que se convirtió mi cuna
tiene ya remplazo, y el futuro no se avecina
simple, más bien pluscuamperfecto.
Estoy orgulloso de mí mismo por vencer
las tentaciones de vuelta, los angelitos rojos
y blancos que me confundían sobre seguir
o desistir, y la confianza que tuve me guio
hacia la consecución de lo que perseguía:
dejar de caminar sobre arenas movedizas...