Cuando toda mi amargura se diluya
en la muerte fácil,
todo ese ardiente dolor será arena y ceniza
estéril al galope del azar.
Tú, pequeña ave insaciable del aire,
vendrás a rescatar mi rostro
del martirio de la vida, en la expiración del día
cuando las sombras caen
arrastrando un nombre hasta el pozo
de los deseos perdidos;
Tú, vendrás porque has dejado tu sangre
en mi sed vertiginosa
que se defiende de los buitres de las soledades.
Y además porque tu mataste al hombre
para dejar al niño a tus pies
con la mano vacía.
Ahora el horizonte sangra -como si la luz sufriera-
como una gran herida que guía
los heroicos pasos que cruzan
por el borde de la tarde con sus flores lilas.
¡Yo sé que tu estarás allí -para mí- sonriendo!
Por eso este sombrero avanza
apoyado en el silencio de su infortunio,
silbando de buena gana
como un demente o quizás como un filósofo
del insomnio
hasta llegar al sitio
donde la mañana circular me llene de misericordias.
Tu estarás allí, amor, encima y debajo
de mi alma, mientras voy subiendo, como siempre,
desde tus pies
hasta mi estrella.