En la quietud del atardecer, el árbol seco se erige como un guardián silencioso del tiempo. Sus ramas desnudas, dibujadas contra el cielo en llamas, son un recordatorio de la resistencia en la adversidad. Aunque despojado de su verdor, sigue siendo majestuoso, sus raíces profundamente ancladas en la tierra que una vez lo nutrió. Así, incluso en su aparente debilidad, nos enseña que hay belleza y fuerza en la persistencia, y que cada puesta de sol promete la esperanza de un nuevo amanecer.