Ivette Urroz

Desde el confín y a contratiempo inerte de la razón

Desde el confín y a contratiempo inerte de la razón, surge


una voz esquiva con cara y cruz que repica


desde una gruta oscura, braceando en el aire, como Dios manda,


posándose en la melancolía como un soplo divino de presagios,


hendiendo la penumbra que se encoge de los hombros por lo gris


de los atardeceres.


Muestra los dientes en un torbellino de aves donde


se encuentra la melodía entrando en la materia casual de la astucia;


el vértigo indómito de mi garganta escupe al cielo, y Sócrates


divaga, conjetura, encumbra, enaltece


la arquitectura del baladro, la precisión del alma débil


del sonido insaciable.


En la distancia, Platón, en la cuadratura del círculo, asciende y


asciende por el alba a la hoguera de los atlantes,


vigorizando el cauce de la madre del cordero,


como si un tsunami apocalíptico


recorriera la manzana de la discordia de la memoria,


desenrollando el velo del tabú secular de la historia.


Aquí está la alienación astrolábica de la tristeza,


midiendo la perpendicular de la noche, su medida indescifrable,


y en la otra cara de la moneda sus destinos ocultos, mientras


la duda despilfarra sus pretextos.


¿No es acaso Anaxímenes de Mileto quien cruza el borde


del infinito,


sino una dulce idea que la parálisis del sueño no captó,


varada en la panacea del mundo que, pese a todo, sigue


perdiéndose en el vacío,


mientras su plataforma etérea se atrinchera entre las piedras


de la muerte y su substancia emocional?