Aquel día no lucía
el sol sobre las montañas,
la primavera dormía
sobre una tierra agostada,
las nubes se oscurecían
cargadas con amenazas
y la vida de alegría
se fue llorando de casa.
Aquella vez no sabía
lo duro de las desgracias,
la severa travesía
que la soledad abarca,
que la tristeza tenía
la capacidad amarga
de emborronar una vida
que hasta ayer ilusionaba.
Aquel día amanecía
como todas las mañanas,
pero algo distinto había
en tus gestos y mirada
que indicaban que querías,
lo que nunca imaginara,
acabar la fantasía
de una vida enamorada.
Aquella decisión fría,
que me imagino tomada
por razones escondidas
y hasta ese día calladas,
me causó sangrante herida
con sorpresa conjugada
que con dolor y desdicha
siento que llevo grabada.
Aquel designio venía,
como sombra agigantada,
retando nuestra armonía
con sutiles añagazas
que en gotas de noche y día
preparaban tu escapada
tras una actitud arpía
que ni vi ni me esperaba.
Aquella, tu despedida,
fue puñal de enamorada,
pues mi corazón sentía
un sentimiento de magia,
porque yo, yo te quería,
con un amor sin mortajas
a pesar de nuestras riñas,
riñas que con risas pasan.
Aquel día no lucía
el sol sobre las montañas,
la primavera dormía
y tú te fuiste de casa.