INTENTO DE CONJUGAR EL VERBO AMAR [1]
Para amar uno necesariamente debe conocerse; saberse significa no mentirse, no apuntar en la dirección equivocada, sino directamente al que somos, en este fijar la mirilla hay que ser finos como al sintonizar una emisora de onda corta, una mínima desviación y perdemos la frecuencia, se sobreponen distintos sonidos; intentamos a través de los demás saber quiénes somos y es un error mayúsculo, pues los demás generalmente andan más perdidos, como ebrios por la vida, una inmensa mayoría ve sólo espejismos y dobles, casi nadie la realidad, al igual que uno mismo.
Supongamos que logramos saber exactamente quienes somos, entonces tendremos que aceptarnos tal cual somos, porque una de las desviaciones del llegar a conocerse es precisamente creer que somos lo que no somos, el verbo creer es la fatalidad, pues hay que acertar medio a medio en quien se es, y el creer lleva implícita la fe, que significa ilusión, imponer un sueño irreal, tratamos de hacer coincidir la figura de un cuadrado con un círculo, un imposible.[2]
Ya nos conocemos y nos aceptamos tal cual somos, tendremos que comenzar a amarnos, pedregoso, porque las cualidades y virtudes pueden ser sumamente escasas y tendremos que pulirlas, alimentarlas, examinarlas, pasar por la prueba de la blancura, una vez fortalecidas sobre la base del amor a sí mismo, recién estamos en condiciones de tomar conciencia clara del significado del prójimo y poder dar el salto de amarlo como a uno mismo.
Ahora, amar casi siempre lo confundimos con el deseo carnal, falacia permanente fracaso tras fracaso; esta necesidad de las especies se satisface recurrentemente independientemente de los afectos, y el hombre, por moral, tiende a traslapar apetito, sentimiento y responsabilidad, cuestión destructiva para los involucrados.
Desde un punto de vista más profundo, sostener e incrementar el amor raya en lo improbable, toda vez que la realidad es cambiante, lo que en un instante fue A al siguiente ya no es A, tanto el entorno como los partícipes no son iguales a lo que eran en el momento precedente, sin vínculo con sus propias voluntades. Por tal razón, el buen sentido de la gente, al matrimonio lo llama una lotería. Y la tendencia a convivir se incrementa, porque el amor de pareja es considerado una apuesta.
Otra cuestión relacionada con todo lo anterior es el problema de ver en el otro alguien que no es o que dificultosamente se muestra tal cual es, ambas situaciones comunes, repetitivas y consuetudinarias.
Cuando el amor simplemente se da, seguramente es pueril, tormentoso, doloroso, posesivo, egoísta, coercitivo, receloso, violento, agresivo, demoledor, pasional, angustiante. En este caso los amantes tienden a ser pasivos, en el sentido de esperar a ser amados y no en amar.
Hay otras vertientes más controversiales, influenciadas o radicadas en la cultura, biología, genética, costumbres, psiques, hábitos, deformaciones físicas, medios socioeconómicos. Me refiero a la zoofilia, bisexualidad, pedofilia, prostitución, complejos, promiscuidad, incesto, violación, sadismo, masoquismo, tortura genital, secuestro con fines sexuales y a veces posterior asesinato, maltrato psicológico y físico, extirpación de parte de los aparatos sexuales, misoginia, machismo, feminismo, acoso más un sinfín de prácticas como la pornografía, el exhibicionismo, las orgías, el intercambio de parejas, uso de artefactos, muñecas, botellas, velas, zanahorias, etcétera.
Una mención especial es el narcisismo, donde el objeto del amor está en la apariencia exterior de sí mismo reflejada en una fuente, espejo, …, esta ilusión es fatal porque el narcisista siente que el resto debe enamorarse de su figura y si les resulta indiferente puede generar en él arrebatos de violencia, ocasionalmente desmedida. Pero visto así es superficial; el narcisismo [3], se centra en el otro y no en sí mismo.
Una arista histórica es la homosexualidad de los hombres de carácter socio cultural o aprendida o congénita, donde el amor está ligado a las características físicas del joven en la Grecia antigua cuyo Dios era Eros, y en la actualidad es similar al amor heterosexual, a veces con componentes pasionales imprevistos de violencia y asesinato. Un porcentaje alto de los maricas es desinhibido y escandaloso, movido probablemente por narcisismo y bipolaridad, situación contraproducente para el resto de la sociedad, causa posible para sustentar los prejuicios sobre tales minorías además de las derivadas de los creyentes de determinadas religiones y el machismo imperante. Para situaciones más apremiantes es un escape del impulso sexual, o el aprovechamiento del alguien del grupo: internados, seminarios de pastores, batallones acuartelados o en guerra, marineros mercantes, de guerra y navíos comerciales, prisiones, cárceles, plataformas petroleras, labores confinadas aisladas, etcétera. En un gran número de casos el homosexualismo está ligado al alcoholismo, seguramente por la presión social respecto a su mariquismo que induce al ocultamiento de tal condición o la simulación provocando el stress consiguiente.
El caso del lesbianismo ha sido más secreto en general y posiblemente esta reserva permita que tal amor sea más maduro en un sector más amplio de este segmento social.
Los travestis, no necesariamente homosexuales, caen en esta práctica por la necesidad neurótica de ser amados, probablemente manía causada por un abandono en su niñez. El subconsciente asociaría su virtual cambio de apariencia sobre la base del supuesto real que la mujer inspira amor.
DIGRESIÓN (*)
Volviendo a la cuestión del reconocimiento del ser, éste está oculto [4]; por lo que el dar con él, puede significar dar exactamente con nada, generando inquietud, porque reconocerse en nada, es inverosímil, entonces habría la opción de construirlo. Es mejor sustituir al ser por la consciencia. Porque ese ser es difuso, indiferenciable, inaprensible, invisible, inabordable, como un punto sin dimensiones. La consciencia palpita, brilla, se muestra, golpea, aturde, se acobarda, revive, se envalentona, se expande cual universo.
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[1] «Su finalidad es convencer al lector de que todos sus intentos de amar están condenados al fracaso, a menos que procure, del modo más activo, desarrollarse totalmente, en forma de alcanzar una orientación productiva; y de que la satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin la capacidad de amar al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina. En una cultura en la cual esas cualidades son raras, también ha de ser rara la capacidad de amar. Quien no lo crea, que se pregunte a sí mismo a cuántas personas verdaderamente capaces de amar ha conocido.» Eric Fromm - El arte de amar.
[2] «Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve... Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor... Quien cree que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las frutillas nada sabe acerca de las uvas.» PARACELSO.
[3] Clément Rosset, “Lo real y su doble” «…la imagen, aquí, mata al modelo. Este es, en el fondo, el error mortal del narcisismo: no querer amarse uno mismo en exceso, sino, todo lo contrario -cuando hay que escoger entre uno mismo y su doble-, dar preferencia a la imagen. El narcisista sufre por no amarse: sólo ama su propia representación. Amarse con verdadero amor implica mostrarse indiferente ante todas las copias de uno, tal como éstas puedan aparecer ante otro y, a través de otro, si les presto demasiada atención, a mí mismo. Tal es el miserable secreto de Narciso: una atención exagerada al otro. De ahí, por otra parte, que sea incapaz de amar a nadie, ni al otro ni a sí mismo, dado que el amor es un asunto demasiado importante como para delegar en otro la tarea de debatirlo. ¿Qué te importa si te amo?, decía Goethe; eso sólo es válido si acordamos implícitamente que el asentimiento de otro es igualmente facultativo en el amor que uno se tiene a sí mismo: qué te importa si yo me amo.»
[4] El autor. «Quizás la inescrutabilidad del ser radique en que está sujeto a un símil del principio de incertidumbre, por el cual se establece que para las partículas subatómicas no se puede determinar simultáneamente ubicación y velocidad, y como este ser es consustancial al mundo su percepción es imposible, porque va siendo en sobreposición a quien quiere escrutarlo. Es decir, el ser nace y es uno con el mundo y el tiempo. Así para que este ser sea realmente no lo debo sujetar, tiene que ser espontáneamente y la angustia existencial no podrá manifestarse porque ésta no poseerá ni espacio ni tiempo. Precisamente, con este ser en el mundo, desde él y en él, la muerte del ser va ligada indisolublemente con la muerte del mundo. Al morirme, mi ser permanece en el mismo mundo que deviene en el tiempo. El ser no muere con mi muerte, lo que se acaba con mi muerte es la historia de ese ser en ese espacio de tiempo. La sujeción del ser es su cosificación en el sentido de congelarlo en el tiempo, es su hibernación, y ello significa no vivir, sino que solamente estar. En general los monjes orientales, y otros, toman el camino \"fácil\", no intervienen, dejan que el ser sea totalmente en el mundo alcanzando el nirvana. Con ese sistema el ser es, sin que podamos el resto tomar conciencia de su historia. Nos sucede lo mismo con quienes a través del opio se \"anulan\". El opio, puede ser cualquier narcótico, dogma, creencia, fanatismo y un sin fin de métodos autoinducidos o maquinados por terceros para no dejar ser.»
[*] «Fata volentem ducunt, nolentem trahunt. El destino conduce al que se somete y arrastra a quien se resiste.» Séneca