Hay días
en los que siento la urgencia de exponerme
a los elementos que consumen,
como un simio desnudo
corriendo desbocado por Wall Street.
El índice de precios y la guerra
por la salvación de la fe en el capitalismo
ponen continuamente a prueba
mi capacidad para mantener la mente quieta,
como un monje absorto en la meditación
dentro del horno del sufrimiento,
sostenido por la avaricia de los banqueros.
¿Será mi cabeza encendida
por una llamarada de sabiduría,
o me derrumbaré con el mercado de valores,
como un espectador inocente,
muerto por fuego amigo?