Era un niño cuando llegó mi cumpleaños. Papá y mamá observaron mis zapatos rotos y me regalaron unos zapatos para reemplazar mis zapatos rotos.
En el rincón de la habitación,
donde la luz se filtra tímida,
reposan unos zapatos nuevos.
No son de cuero fino ni de marca,
pero brillan como las estrellas,
y llevan consigo un tesoro.
Fueron un regalo de mis padres,
un gesto de amor y alegría.
Cada paso es un abrazo,
cada pisada, una sonrisa.
El niño los mira con gratitud,
sabe que no son solo zapatos,
son la huella de su familia.
En la escuela, los compañeros
lucen zapatillas relucientes,
pero él camina con orgullo.
Porque esos zapatos nuevos
son un lazo invisible,
un recordatorio constante
del amor que lo envuelve.
No importa el precio,
ni la moda, ni la marca.
Lo que importa es el corazón
que los eligió con cariño.
Así que el niño sigue adelante,
con sus zapatos nuevos,
saboreando cada paso,
agradecido por el amor.