A Miguel Darío.
El bosque va naciendo,
va pegando su resina olorosa
a nuestros sudores,
al vaho de nuestros gemidos leves.
Tu desnudez, amante mío,
es un capullo verde
que se abre y deja caer
una delicada savia en tus vellos.
Amarse en el bosque,
recorrer los rincones misteriosos
del cuerpo
y que las hojas arrugadas formen
un cántico con sus lenguas
sedientas.
Amarse entre el aroma salvaje
de las cortezas que miran
y que envidian por un rato
no ser piel humana,
no poder sentir el sudor
en sus agrietadas bocas,
no poder acariciar con manos
y tener qué herir, sin quererlo,
con sus ramas ariscas
y su abanico de pájaros nublados.
Bosque amanecido: regálanos
tu mañana húmeda,
la entrepierna salvaje de tus árboles,
la verde espesura de tu niebla.
Nuestra plegaria de amantes
es hoy por el silencio
qué provocan tus pájaros despiertos
y el leve juguetero
de tus insectos en nuestros cuerpos.