Ivette Urroz

A buen recaudo, el umbral sereno

A buen recaudo, el umbral sereno

grita a corazón abierto sus gentilezas

y llega sutil y dulce a su vejez de varicelas.

Ni materia contradicha ni alma a sangre fría.

Portaba la inclinación cleptómana de un navío,

doblemente ciego, y una luz de alba de inercia neuroléptica.

No era cadencia de prejuicio semántico, ni melodía

de sugestión naciente, ni color tangible de superegos.

¿Qué sentido tiene esta danza? ¿Por qué el corazón se esconde?

El corazón, a todo trance juega, pero narrar no podría,

porque no tiene forma al abrir su mano,

ni sus picos en sus ejes carcelarios, ni en forma contiene

un tiempo en cuestión.

¡Oh, maravilla de las sombras! ¡Qué inmensa la casualidad!

Lengua, arcilla mortal de hipnotismo inicial,

cincel torpe de subjetividad suicida que abarca

el requiebro puro del concepto chamánico

en esta plasticidad simbiótica de mi unión alámbrica.

Entona suavemente, humildemente,

la alucinación, la sombra, la casualidad que se adorna

con garras mitológicas,

mientras me llena el alma entera de sus lobotomías

circunspectas y plenas.