Despertar en la noche
viniendo de uno u otro mar,
en los labios un hilo de saliva
que no tiene memoria.
Relojes desafinados mueven
este tiempo de ciempiés.
Noches enteras escondido
tras los libros escuchando
el acorde del miedo.
Dentro de mi sangre
solo hay cansancio,
dentro de la tristeza navegan
el desamor y, quizás, la muerte.
Esta noche las luces de los bares
llaman a rebato,
por el suelo ruedan botellas,
con el alma vacía y turbio cristal,
hasta donde llegó la última resaca
de los niños azules,
y hay perros que recogen
los besos que caen al suelo
para que nadie los pise.
Yo anduve descalzo por los bares,
y casi sin cuerpo.
El humo del tabaco recorre el lugar
como un solo de flauta.
En la televisión puedes ver al mundo
con su dolor de mundo,
y todo lo que duele está afilado,
incluso las palabras que salen de tu boca,
pero todo te lo perdono
por tus ojos de color salvaje.
Pasan los años y sigo sin conocerme,
atesoro en una caja de zapatos
sombras de loco y estelas de los barcos.
Conservo, también, algunos atlas
de antes del mundo sin darme cuenta.
Yo no soy de ahora,
vengo de una querella
de la mitad de la misma vida.
Siente mi aliento de palabras
esdrújulas y de metal alucinado.
Soy inocente bajo la sombra
del peso de la culpa
y de algunas exculpatorias lágrimas.