Soberbia es la flor con aura de hermosura
abierta en el prado con luz de grandeza,
llamando a la vida, llamando a la abeja
que presta se aviene a su aroma y dulzura.
Soberbio es el sol despuntando en el mar
rojizo como él en reflejos de lumbre
con trémulo aliento de impaciente cumbre
que es el amanecer prendado de sal.
Rizando las aguas de un lago en remanso
soberbio es el viento que por viento sopla
en mitad de un bosque sumido en la copla
de aves que cantan en sus árboles altos.
Soberbia es la imagen de picos cubiertos
por la blanca nieve caída en misterio
en copos de espuma que expande en el suelo
la impoluta y blanca claridad del cielo.
A veces parecen las soberbias sombras
burlarse del fuego que en danza candente
proyecta siluetas en juego inocente
para el niño que sueña que el mundo es broma.
Soberbio es el mar, titán de lo profundo,
coloso en su inmensidad, desobediente,
hercúleo en su poder, condescendiente
con aquellas naos que le pintan rumbos.
Soberbio es el río que corre y despeña
como enamorado que nada conturba,
insomne en las rocas, dormido en llanura,
demostrando el brío del agua que lleva.
Soberbia es la paz que ofrece una romanza
que arranca sonrisas dibujando nubes
invisibles de deleite y nos descubre
los confines que pueda tener el alma.
Más, jactarse de arrogancia y de inmodestia
no nos digna a ser grandiosos y admirables,
porque sólo es un capricho del lenguaje
que la soberbia en carácter no es soberbia.