Tal cual grano en el desierto o gota en el océano, aire en el cielo, estrella en el universo, tu existencia y la mía son tan triviales. Envidiar, presumir y atacar no sanarán la conciencia que en vómito se ha de ahogar, ni el corazón que en la oscuridad se ha de revolcar.
No se trata de dinero, carros, joyas y vestidos, ni de la marca que tenga tu abrigo ni la suela de tu zapato, pues el talón de tu pie pisa el mismo camino que he de pisar yo y aquel.
No son tus cadenas, tus relojes o tu cartera, el celular en tu bolsillo o tus dedos con zarcillos, tu perfume, tu pantalla, electrodomésticos y viajes excéntricos. No tiene importancia exhibir con arrogancia las cosas materiales; ni la pena valen cuando tu alma se vende por cosas banales.
El egoísmo y el poder consumen a aquel que de la monotonía se deja envolver. Presumir lo que de carente es no te hace importante, solo un peón más de un mundo que está en jaque.