Cada día es un lamento,
Cada noche un desvelo,
En mi corazón un tormento,
Un dolor que no halla consuelo.
En la penumbra de la noche callada,
Entre susurros de un viento sombrío,
Se quiebra mi alma desgarrada,
Por tu ausencia, hijo mío.
Su risa, ahora un eco distante,
Se pierde en el abismo del ayer,
Dejando un vacío constante,
Una herida que no deja de doler.
Tus manos, tiernas y frágiles,
Se desvanecen en mis recuerdos,
Como hojas de otoño, lánguidas,
Que caen en un sueño eterno.
Las estrellas en el cielo brillan,
Pero su luz ya no me alcanza,
Pues mi hijo, ángel de mi vida,
Se ha ido, dejándome en la esperanza.
Que, en algún rincón del cielo,
Nos volvamos a encontrar,
Donde ya no exista el duelo,
Donde podamos juntos soñar.
Mientras tanto, en este mundo frío,
Camino con la sombra de tu partida,
Llevando en mi pecho un vacío,
Recordando tu amor, mi vida.
Aunque mis lágrimas sean eternas,
Y mi tristeza ya no tenga fin,
Te llevo en mi alma, hijo mío,
Hasta el día en el que nos volvamos a unir.
Autor: Ángel R. Anaya Puerta
El Ángel de los sueños
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