Estoy puesto en la hornacina,
Sin ser santo,
Por la cara externa,
De un muro que conduce a Roma.
Donde la gente camina a la inversa,
Pero saben todos como llegar,
Por lo que escucho del otro lado,
Nadie me puede escuchar.
Les grito que también siento,
Que me gustaría caminar,
Y nadie se esfuerza en responder,
Estoy solo en mi adoquín tras el cristal.
Cuando a la lejanía un margen se abre,
En una curva mural la puerta,
Una imagen incrédula de libertad,
La idea de salir me suelta los pies,
Mi rigidez se ve disuelta.
Y camino, frente a lo imposible camino,
Mi forma rígida la domino y me dirijo ahí,
Al marco magistral,
Al umbral transformador,
Al lugar que te valida como humano.
Al tocar, mi pecho tiembla,
Una a una así, las piedras,
Y una mano amiga siembra,
Duda y un calor,
Porque ella activa el picaporte,
Suelta una risa y se va,
Mi ángel benefactor.
Su gravedad me atrae,
Me hace entrar sin hesitar,
Y le busco el rastro.
Entre la decoración elegante
Miro hacia adelante,
Y veo lo inefable.
Y en mi pectoral siento,
Una luz oscura,
Un nodo entre lo cuerdo y la locura,
El arma y la cura,
El vórtice y razón.
El motivo de mí.
Fue la imagen poderosa,
La información de todo,
No soy quién para asimilar,
Y por eso me haces girar.
Y me miras a los ojos,
A ti no te afecta lo que hay detrás,
Estás hecha de eso,
Y quizá hasta un poco más.
Caminamos en reversa,
Dando espalda a lo divino,
Contigo me basta el viaje,
En tu compañía siento el destino.
Todos los caminos llevan a Roma,
A la inversa,
Solo el tuyo,
Me lleva al amor.