Rodrigo Santibáñez

Estatua

Estoy puesto en la hornacina, 
Sin ser santo, 
Por la cara externa, 
De un muro que conduce a Roma.


Donde la gente camina a la inversa, 
Pero saben todos como llegar, 
Por lo que escucho del otro lado, 
Nadie me puede escuchar.

 
Les grito que también siento, 
Que me gustaría caminar,  
Y nadie se esfuerza en responder, 
Estoy solo en mi adoquín tras el cristal.

 
Cuando a la lejanía un margen se abre, 
En una curva mural la puerta, 
Una imagen incrédula de libertad, 
La idea de salir me suelta los pies, 
Mi rigidez se ve disuelta. 

Y camino, frente a lo imposible camino, 
Mi forma rígida la domino y me dirijo ahí, 
Al marco magistral, 
Al umbral transformador, 
Al lugar que te valida como humano. 


Al tocar, mi pecho tiembla, 
Una a una así, las piedras, 
Y una mano amiga siembra, 
Duda y un calor, 
Porque ella activa el picaporte, 
Suelta una risa y se va, 
Mi ángel benefactor. 


Su gravedad me atrae, 
Me hace entrar sin hesitar, 
Y le busco el rastro. 
Entre la decoración elegante 
Miro hacia adelante, 
Y veo lo inefable. 


Y en mi pectoral siento, 
Una luz oscura, 
Un nodo entre lo cuerdo y la locura, 
El arma y la cura, 
El vórtice y razón. 
El motivo de mí. 


Fue la imagen poderosa, 
La información de todo, 
No soy quién para asimilar, 
Y por eso me haces girar. 


Y me miras a los ojos, 
A ti no te afecta lo que hay detrás, 
Estás hecha de eso, 
Y quizá hasta un poco más. 

Caminamos en reversa, 
Dando espalda a lo divino, 
Contigo me basta el viaje, 
En tu compañía siento el destino. 

Todos los caminos llevan a Roma, 
A la inversa, 
Solo el tuyo, 
Me lleva al amor.