Sueles estar en el único lugar que no comparto
con nadie,
en el único sitio donde los ríos se oyen,
las gotas de agua vuelan
y el aire desnuda su melodía en el silencio.
Es el lugar a donde vienes lúcida, a recatarme
de la tiranía de los rostros,
de las voces que hacen sufrir a mis oídos
y de esa invasión de hormigas
que regresan a los arboles nocturnos
con los ojos de fuego
como si volvieran del funeral de algún demonio.
A veces no vienes, a veces no estás y la tierra
durmiente cruje,
como acompañando a mis reflexiones mudas.
En esta habitación solo brilla una tenue luz
y también, a veces, se oye el golpe del aire
al estrellarse en la ventana
como si el diablo cerrara alguna puerta.
A veces también la luna aguaita todo detrás
de las nubes,
como búho husmeando los pasos suaves
de sus presas en la penumbra.
Y de algún modo voy sobreviviendo en la noche
encerrándome en mi humanidad,
acurrucándome a cada brote de sílabas que crece
como hierba dentro de mí.