De esos labios se escuchó un silencio de espina.
No supieron gritar la gloria de la rosa,
que, aunque efímera, cambiaría el destino.
Después, espacio y tiempo separarían
a la espina de la rosa y al grito del silencio.
Pero no hubo olvidos ni lamentos
en los lapsos sucesivos
del inexorable transcurrir de la existencia.
Sólo senderos diferentes que eludieron lo prohibido.
Sólo quedó la certeza de lo inevitable.