Te ruego, no correspondas a mi locura, que mis palabras son un arroyo llano y cristalino en donde irás a consentir tus pies ante la canicula, más advierto; que también son fuego, que danza con inclemencia y voracidad sobre el dorado prado.
Que mi tacto es la saeta de Cupido, clavada en el corazón de un guije, que danza envuelto en el vaporoso y místico remanso de la luna.
Más si la tomas...
Te ruego, deja caer, la belicosa tutela de tus labios ruborosos, tu corona de dominaciones divinas, voluptuosidades...
Dejame caer todo tu ego, y que la sombra de tu nube ilusa exponga a las guirnaldas de cocuyos serenateros, que te nombran en mi parnaso.