He llevado mi nombre hasta el final del silencio,
desnudo, para escapar del miedo,
para sentir el frío sin la necesidad de fugarse,
y permitir que el astro de los años,
derrita la nieve que llevo en la garganta,
que me impide vociferar la vida.
Lo he llevado hasta ahí,
sin esperar la misericordia del tiempo,
descalzo, sin trajes manidos,
despojado del catálogo salvífico de dogmas y teologías,
dispuesto a quemar los restos de besos,
que se acumulaban sobre la piel sublevada,
negándose a morir sin repudios.
Le he dejado caer rendido, sin disputas ni porfías,
como las hojas secas que significan los calendarios caídos,
aferrándose al viento para intentar mantener el vuelo
como el nombre que ha sido de una fiera rebelde,
buscando la salida en el laberinto de sí mismo,
en el repositorio de imágenes que se acumulan,
intentando mantener a la eternidad del hombre,
como si no fuéramos tan solo, silencio y olvido.