Fue una leve caricia,
un beso en la mejilla,
fue una chispa,
algo parecido
a esas sensaciones únicas
que se despiertan
en un tarugo de madera seca
para cuando se le arrima
una cerilla
y es que crujen de rubor
hasta las termitas.
Allí en la noche,
en una carretera perdida,
entre vacíos
de civilización alguna,
una estrella fugaz asomó,
por delante de un parabrisa,
para ser vista,
un segundo nada más,
tiempo suficiente
para que dos almas
se sintieran unidas
y para dar color a esta poesía.