el brujo de letziaga

Dónde.

Me cantaba el alma cuando veía en el iris de tus ojos aquella chispa enamorada, donde se reflejaba el verano azul de un sol de poniente en la última hora de la tarde, y para darte lumbre esperaba al anochecer, donde te regalaba claveles rojos cortados en aquel jardín que una medialuna amarilla cuidaba entre el río y la noche, con cientos de estrellas que nos hacían imaginaria a nuestro embrujo, tan repleto de sonrisas blancas y granas, de labios que se reían como dos tontos fascinados.

 

Tu entonces colocabas tu mejilla sobre mi pecho, sofocada de vergüenza, con amor de niña de veinte años que fuiste la primera aquel verano, sentados junto al chopo del arroyo que nos cobijaba sin molestarnos.

 

A veces..., alguna nube nos robaba la luna, y era el momento donde yo te dejaba largamente un beso en racimo de uvas, y cuando paraba, tu dibujabas otro ósculo dentro de mi colmena como si fueras un capullo de rosas.

 

Nuestro amor era tan frágil como un vaso de cristal que se podía hacer añicos en cualquier momento, así como de frágiles eran los versos que a veces te escribía, antes de que el verde de tus ojos verdes se haría invisible cuando te ibas para tu casa, a soñar con los poemas de principiante que yo te regalaba.

 

Han pasado los años y los recuerdos se agolpan en mi mente y me pregunto: ¿Dónde quedará ya aquel embeleso? ¿Dónde aquellas tardes de azules y amarillos y música de pájaros, que trinaban a tus brazos morenos desnudos de agosto? ¿Dónde aquel amor que el corazón del viento se lo llevó? ¿Dónde aquella mirada que me enamoró? ¿Dónde quedará todo aquello? Dónde.