Aquel mes en Roma
recuerdo lo hermoso que era
despertar a tu lado
y ver qué tú allí estabas
esperando a que yo algo dijera.
a veces, que ocurrencias,
era al revés
y siempre pasaba
que el tiempo solo era
aquello que queríamos
que el fuera.
Roma se mostraba inmensa
para quienes enamorados
veían en las ruinas
de un imperio,
ahora viejas piedras,
la oportunidad de demostrar
que cualquier ciudad es buena
para que broten del corazón
esas especies de orquestas
que llevan el ritmo de la sangre
hasta ese punto
en que la fórmula uno de coches
se queda lenta.
Amar en Roma
que belleza y grandeza,
la de la ciudad
y su estela histórica,
sin ella
hablaría de otras cosas,
quizás de las catacumbas,
del Foro, Coliseo, Panteón,
Teatro de Marcelo,
puerto de Ostia,
Fontana di Trevi,
o de alguna de sus iglesias,
en las que oscuridad franquea
la leve línea roja
que separa el libre arbitrio
de la fe ciega.