Martirizado, siniestro resquebrajado de amor,
una hebra de melancolía se retuerce, aclamando
el silencio de tanta perpendicularidad,
de tanta travesía mortecina,
fotografiando en su pesadez, escuálida,
la opinión de una luz
maravillosa, hospitalaria,
oscura y perenne en una mañana agitada
por paradojas de silbidos y pacas de clemencia.
La humareda calibra un dejo, un esternón roto,
lleno de suspensos, como una telenovela llorona.
Los sufribles vapores chorrean falanges
sobre ladrillos lesionados,
y aquellos vientres al céfiro doliente
visitan en compañía las pupilas juveniles.
Las maquilladas de becerros endulzan fuegos,
arrugas corteses;
la estepa militar de la llamarada.