Si hay alguna vida después de la muerte, debe ser ésta,
en la que como un soplido divago entre los párpados rugosos del silencio,
esperando a oírte en las grietas de los cántaros de agua.
Háblame,
respóndele a esta voz sin rostro, de huesos molidos y carne amarga,
que suscita incansablemente por el socorro de tus brazos
y por el filamento incandescente de tus ojos dorados.
Búscame,
recógeme en aquel lugar donde nos despedimos sin un beso,
con un adiós, que significó hasta luego, hasta nunca, hasta siempre.
Búscame a la misma que me diste la espalda.
Debido a que mientras te alejabas, el frío negro trepó sobre las pergolas,
y el sol ahuyentando palomas huyó del crepúsculo,
petrificando mi larga sombra en el suelo, amarrándola con fiebres y cruces.
Sálvame,
porque he muerto.
Si hay alguna vida después de la muerte, debe ser ésta,
la que estoy viviendo sin ti.
En la que cada día que pasa siento que muero, muero, muero, muero...
y por alguna razón que desconozco, no termino de morir.